miércoles, 29 de junio de 2022

El valor de las pequeñas cosas


Yace sobre mis pies una pequeña hoja de un árbol, parece que fue desprendida hace ya varios días, su color marrón y textura me hacen tomarla y apretarla, se siente bien, genera una sonrisa en mi rostro, es como  una satisfacción inesperada. Mantengo mi mirada sobre el suelo, con la esperanza de conseguir otra hoja, pero me percato que existe un largo camino de hojas secas que esperan a ser aplastadas, es como si escuchara sus murmullos, son tantas pero tantas hojas sobre el camino que la primera ya no parece relevante. Aparece la insignificancia. Miro el reloj, y me digo a mi mismo lo tarde que es, quizá debería de dejar de jugar con las hojas del camino y enfocarme en mis cosas.

¿Cosas?, ¿que cosas?, es cierto, debía entregar un paquete. La verdad me pone curioso que mi mejor amigo me pidiera entregarlo por el. ¿Acaso será una bomba y el solo quiere hacerme responsable?, o mejor aún ¿y si el paquete es un universo en miniatura creado para estabilizar este mundo y resolver todo problema humano que pueda acercarnos al sentido de vida? Agito el paquete, pero se me resbala y cae fuertemente al suelo. No se oye ningún quiebre y aún parece no producir ningún sonido, si era un universo ya lo destruí. Pero ya hablando en serio ¿que podría ser? 

La insignificancia de las hojas sobre el suelo, del tiempo que pierdo pensando en ellas y la insignificancia del que pueda o no conocer el contenido de este paquete, están presentes en mi mente como carpetas que se apilan una sobre la otra hasta qué simplemente se olvida su contenido. Hace calor, pero el viento roza mi cara, es como un beso que me envían y un abrazo en el que me susurran al oído que me detenga. Soy obediente, hago caso a una sensación insignificante que aparece en mi mente, claro que si, con una sonrisa. ¡Ding! ¡Dong! Suenan campanas a los lejos, rompen levemente mi concentración en el viento, pero no solo es ese sonido lejano proveniente de una iglesia, siento como caricias sobre mi cuello y mi cara al principio, un roce leve sobre la piel de mis mejillas, hasta que las caricias se transforman en golpes. Aparece la insignificancia. Gotas pesadas de lluvia caen inesperadamente golpeando todo a su paso, como si hubiera un afán por llegar al suelo, como si su meta sea la de golpear con la tierra y unirse a ella. En todo caso llegó la hora de correr.

Somos varios quienes buscamos refugio de la lluvia en el techo de una tienda de golosinas, todos unidos hombro con hombro para evitar las gotas de lluvia. A mis pies un pequeño can, algo embarrado y con la lengua afuera. Intercambiamos miradas y movimientos de cabeza, abro mis pies y el comprende la seña para acomodarse entre ellas de forma que no puedan pisarlo, levanta su cabeza y es como si fuéramos cómplices de un delito. Y aparece la insignificancia de tener otros seres humanos a mi alrededor.  

Llego a mi destino, entrego el paquete pero manteniéndome firme y tratando de mantener un conversación duradera para lograr ver cual es el contenido de dicho paquete. Minutos más tarde, salgo del lugar derrotado, cabizbajo. No pude descubrir el contenido del paquete, la chica lo guardó sin abrir al fondo del cajón de su escritorio. ¿pero quien guarda un paquete sin abrirlo?, vaya tontería.

Mis pensamientos son interrumpidos por una fuerte bocina y unos gritos acompañados de insultos que provienen de un conductor bastante molesto pues me le he atravesado sin previo aviso de manera irresponsable. Aparece la insignificancia de un paquete totalmente ajeno a mi. Mi corazón late fuertemente, me disculpo y continuo mi camino. El valor de las pequeñas cosas está dentro de mi. El valor de hacer la insignificancia algo de gran significado.





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