domingo, 26 de diciembre de 2021

En una vida llamada Lalaland

 Anoche estaba viendo Lalaland, una película que desde el 2016 se convirtió en mi película favorita. No se como describir lo mal que me la pasaba luego de verla pues su final era algo que no me esperaba y que aún algunas veces chocan fuerte contra mi. ¿Por que entonces la paso tan mal al verla si me encanta? Fácil. Como ya dije, era un final que no esperaba y que al principio no entendía. No había manera que el amor que se tenían los protagonistas no fuera lo suficientemente fuerte como para ser mas importante que sus sueños y metas profesionales. Rompe toda esa ilusión e idealización del amor que mi mente construyó a lo largo de esos años. Si, esa idealización la deseché hace ya bastante comprendiendo la esencia de esta película.

Disfruto muchísimo ver esta película, me gusta como me hace sentir y creo sin duda alguna eso es lo mas importante y lo mas atrayente sobre este material cinematográfico, la manera en la que me conmueve de muchas formas y en diferentes niveles. 

Bromeo siempre sobre el que he querido conseguir un amor tipo lalaland, esta película es una obra para aquellos que aun se encuentran en una escalera, bajando por los peldaños de un amor idealizado, pensando que todo será como historia Disney donde el príncipe o la princesa llegan a salvar el día y todo finaliza con un vivieron felices por siempre.

Lalaland es una de esas historias que me hacen vivir el momento (recordar, llorar, reír, sentir mi corazón acelerado) sabiendo al final que son solo historias, tan variadas como la vida misma y que en un mundo con una enorme cantidad de personas tan distintas una de otras, hay muchas historias aun por contar y sentimientos aun por descubrir.




domingo, 15 de agosto de 2021

Como ave que emigra

 Y donde queda mi tierra, aquella que me vió nacer, que me dió nombre e identidad, me dió gentilicio y maneras de expresarme. 

He tenido muchas preguntas respecto a como debería sentirme sobre estar lejos de las personas con las que crecí, del país donde viví prácticamente toda mi vida y sobre como supuestamente ese sentimiento colectivo de nostalgia debería inundarme cada día de mi vida. La verdad es que no lo siento, no lo he sentido y no creo sentirlo nunca.

Nunca digas nunca seguramente es algo que estará rondando tu cabeza y si, puede ser que así sea, posiblemente algún día me arrepienta de mis palabras y de como me siento actualmente respecto a esta situación. Para poner en contexto soy venezolano que a sus 27 años sale de su país rumbo a Ecuador. ¿La razón además de la evidente decadencia política y social de mi país? Podría decirla en una carismática y absoluta muestra frase coloquial de mi país y aunque seria mucho mas clara y concisa considero que lo mejor seria desglosarlo completamente. 

Diciembre del año 2013, estaba recibiendo mi titulo de odontólogo tenía novio, trabajo y amistades increíb… esperen creo que me fui muy muy atrás en la historia. Mejor vamos a Marzo de 2016, para ese entonces tenía un cerdito vietnamita como mascota llamado Fu Bacon, estaba viviendo en una ciudad llamada El Vigía ubicada en el estado Mérida y un trabajo como odontólogo que mantenía desde el 2013 antes de graduarme. Siempre me gustó la ortodoncia como área de especialización en odontología, en esos instantes decidí inscribirme en unos diplomados que me permitieran desarrollar mis habilidades y gustos en esa área. Mis oportunidades de poder realizar una especialización profesional estaban muy limitadas por no decir que imposibles económica y personalmente. Poco a poco estaba acondicionando mi hogar hasta volverlo justamente eso, un hogar, pero siempre tenia esa sensación de que faltaba algo, de que no podía tener todo lo que debería estar logrando. 


Para ese entonces estaba realizando mis planes de poder iniciar mi propio negocio, lógicamente una clínica dental. Digo lógicamente por que realmente amo la odontología. Sin embargo, siempre existía esa piedra en el camino con la cual cada venezolano se despierta cada día para tropezarse, una economía deficiente y si a eso se le suma la muy bien llamada “viveza criolla” eran situaciones a las cuales yo no estaba dispuesto a tolerar. Y en mi interior surgió algo que me invadió cada milímetro de mi cuerpo para no liberarlo nunca más y cuando digo nunca más es que aún existe dentro de mi actualmente, se llama inconformidad.

No está mal el querer siempre más y más, eso debería ser la regla, debería ser el punto de partida para cualquier decisión en nuestras vidas, por que lo merecemos, lo merecemos por que sí y ya está. Nada está destinado ni escrito que hemos de recibir, en este juego de casualidades y oportunidades todos somos competidores.

Pensé en mi destino, compré mis boletos, pedí una amiga me recibiera por una semana al llegar a ese país y vendí absolutamente todo lo que tenía, desde mis instrumentos dentales que mi madre y mi padre me compraron con tanto esfuerzo al iniciar mi carrera hasta mis platos de la cocina. Obtuve 1450$ Dólares americanos y me subí a un avión lleno de ilusiones y de esa inconformidad que llenaba mi cuerpo de metas y esperanza. Al llegar registré mi titulo profesional y solicité mi visa permanente, en ese período comencé a trabajar como mesonero en un agradable bar de la ciudad de Guayaquil - Ecuador. He de ser completamente sincero, disfruté cada segundo de ese labor, desde no dormir ni comer lo suficiente hasta lavar los baños recién vomitados y aunque esa sensación de inconformidad me frustraba algunas veces y me hacía sentir una angustia desesperante en ocasiones, en retrospectiva, disfruté mucho la experiencia, conocí a uno de mis mejores amigos en la vida allí, me liberé de muchas ataduras personales y conocí muchas historias de vida de las cuales siempre he de extraer algún aprendizaje.

Ese sentimiento que tanto me inundaba para entonces, me hizo rechazar trabajos de paga injustificada, de sobre explotación y también de malos tratos. Fue hasta cuando un doctor me contactó para ofrecerme el empleo que cambiaría mi futuro en el Ecuador pues gracias a ese trabajo crecí y me desarrollé en este país.   Trabajé allí por unos largos 3 años y 10 meses que me permitieron emprender mi propio negocio y seguir alimentando ese sentimiento del cual les he escrito acá. 

Ya en contexto, siempre escucho sobre el como no extrañar Venezuela por esto y por esto, como no volver a mi país si es MI país y MI gente. Todos los que piensen así están en toda la razón, tienen su verdad y su realidad y eso lo respeto completamente. En mi caso siento cualquier lugar como mi tierra y siento a cualquier persona a mi alrededor de la misma forma sin importar el gentilicio. El orgullo patriota lo siento descafeinado, usado y maltratado por una “revolución” que manipuló el sentir de muchas personas a su favor político. 

Sé que todo lo que pueda expresar acá puede herir sensibilidades, ser tomado a otras interpretaciones e incluso sonar despreciable en algunos casos pero debo decirlo y es que no me siento orgulloso ni de ser venezolano ni ser latino ni de ser incluso un ser humano. Todo sentimiento de orgullo en mi interior está dado por lo que yo como persona pueda lograr sin importar el lugar o las personas que me rodeen, pues sé perfectamente de lo que soy capaz. La tierra que siento bajo mis pies la siento como mía, me encuentre donde me encuentre, y me refiero al sentimiento no a la propiedad. 

Siento cada persona a mi lado como igual, como mi gente, sea de donde sea y venga de donde venga, siempre y cuando me respete tanto como yo le respete, es así como no puedo tener esa sensación de hermandad con alguien por solo haber nacido en el mismo país o venir del mismo lugar sin conocernos. Venir de la misma ciudad no nos hace buenas personas, ni honestos y mucho menos fuertes y emprendedores. Cada lucha interna es distinta y cada lucha en el extranjero es propia y particular. 

Es así como desde mi posición de ser humano blanco y privilegiado, hablo sobre como carezco de ese orgullo patriota en todo sentido. Teniendo una familia maravillosa que me ha dado todo, desde amor hasta apoyos financieros a lo largo de mi vida. No soy de esas personas que afrontaron situaciones fuertes y traumáticas en su país antes de emigrar. Es egoísta probablemente y quizá la razón por la cual no siento nostalgia colectiva sobre mi tierra. 

Sin embargo seamos sinceros y realistas, puedo pensar y creer en lo que quiera, pero las fronteras y pasaportes existen, allí han estado y ahí seguirán, así que desde que nací hasta el día que me muera, soy un  venezolano infestado de inconformidad.